A ver, que levante la mano quien no esté ya un poco harto del temita de la “Inteligencia Artificial”. ¿No?
Abres Twitter (bueno, X, o como se llame esta semana) y zasca. Que si la IA nos quita el trabajo. Que si ahora escribe poemas mejor que Bécquer. Que si tu tostadora pronto conspirará contra ti en el desayuno. Hay un runrún constante, una especie de histeria colectiva que, la verdad, es bastante agotadora.
Pero, vamos a ser francos. ¿Qué es realmente esta IA de la que todos hablan?
Desmontando al Terminator que llevas dentro
La mayoría de las veces que oímos “IA”, la gente se imagina robots que caminan, luces rojas que te juzgan (hola, HAL 9000) o un futuro distópico.
La realidad, por ahora, es bastante más… pedestre.
No estamos hablando de una “conciencia” mágica en la nube. Estamos hablando de matemáticas. Muchas matemáticas. Algoritmos complejos que se tragan cantidades indecentes de datos (nuestros datos, por cierto, casi siempre) y aprenden a detectar patrones.
Eso es todo.
El filtro de spam de tu Gmail. El algoritmo que decide que tienes que ver esa serie coreana en Netflix. El reconocimiento facial que desbloquea tu móvil. Eso es la IA que nos rodea. Útil, sin duda. ¿Inteligente en el sentido humano? Ni de lejos.
Luego llegó la “Generativa”, la Prima Lista de la Familia
Y entonces, claro, llegó la fiesta de la IA Generativa. ChatGPT. Midjourney. DALL-E.
Aquí es donde la cosa se puso interesante. De repente, la máquina no solo clasificaba cosas; creaba cosas.
Y vaya si crea. Textos que parecen escritos por un becario con mucha prisa, imágenes con personas que tienen siete dedos en una mano… pero también cosas francamente alucinantes. Código que funciona. Ideas que inspiran. Ahí sí me quito el sombrero. La capacidad de procesamiento es brutal.
Pero (y es un “pero” gordo) sigue sin “entender” el mundo. Repite patrones. Remezcla lo que ya ha visto. No hay “chispa”. No hay intención. ¿O sí? A veces dudo, la verdad. Es tan bueno imitando que casi te lo crees.
El Elefante en la Habitación: ¿Nos quedamos todos sin empleo?
El miedo. El “me va a quitar el pan”.
Y es normal tenerlo, ¿eh? Yo mismo, que vivo de teclear palabras, lo pienso. Vemos estas herramientas y es fácil caer en el pánico.
Y sí, seamos honestos: algunos trabajos van a cambiar. Mucho. Tareas repetitivas, análisis de datos básicos, redactar el email de “Feliz Navidad” de la empresa… eso tiene los días contados. Es la historia de siempre, como cuando llegó el tractor al campo o la calculadora a la oficina.
Pero no creo que sea el apocalipsis laboral. Piénsalo más como… un copiloto.
Un copiloto increíblemente rápido, que sabe mucho de todo, pero que no tiene ni idea de adónde quieres ir. Y que a veces, si le dejas, se duerme al volante y te sugiere girar directamente hacia un lago.
Tienes que saber usarlo. Tienes que saber pedirle.
La clave, me parece a mí, no estará en luchar contra la IA, sino en ser el tipo (o tipa) que sabe sacarle partido. El que tiene el criterio. El que sabe diferenciar el oro de la paja que genera la máquina. La IA te da el mármol en un segundo, pero tú sigues siendo el escultor.
Al menos, eso espero.
Entonces, ¿Amiga o Enemiga?
Pues ni lo uno ni lo otro. Es una herramienta.
Un martillo súper, súper sofisticado. Puedes construir una casa con él o puedes machacarte un dedo. La culpa no es del martillo.
La IA no va a “conquistar el mundo”. Lo que sí va a hacer, y ya está haciendo, es cambiar las reglas del juego. Y rápido. Estamos, creo, en esa fase tonta de descontrol, como cuando Internet empezó y todo era un caos de GIFs horribles y módems que chillaban. Estamos viendo qué se rompe y qué se puede construir.
Lo único que sé seguro es que esto no hay quien lo pare.
Así que más nos vale ponernos las pilas, aprender a “hablar” con la IA y, sobre todo, no dejar de pensar. Porque eso, pensar de verdad, con intención, con contexto y con un poco de corazón… eso todavía no lo han metido en un chip.
Por ahora.